
"El trabajar en un molino tenía su encanto. Cuando el molino se ponía en marcha y el trigo comenzaba a molerse, el molinero y sus ayudantes tenían tiempo para charlar. Y no sólo para eso, aquí en el molino de Rymice hay una pequeña habitación con mesa y sillas que servía para el descanso y en ella se conservan varios jarrones de barro para cerveza o vino. O sea, que el tiempo aquí era aprovechado de manera muy agradable, al parecer", afirma Vladimír Marek, administrador del Museo de la arquitectura popular en la aldea morava de Rymice.
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